SABES QUE HAS TOCADO FONDO CUANDO
REAPARECE ESE
AMIGO IMAGINARIO ANTI-DEPRESIÓN.
Tres años. TRES AÑOS. La
paz había durado tres años. Tres preciosos años de relativa estabilidad y
felicidad. 36 meses sin recaídas. 1096 días lejos del borde.
Y de repente vuelta a empezar. Es
increíble lo poco que hace falta para desestabilizar a una persona. Una mala
mañana, una frase, una palabra y nos encontramos de nuevo ante el agujero negro
que nos traga cual remolino para lanzarnos de cabeza a ese mundo gris dominado
por nuestras pesadillas. Y, no contento con esto, nos arrebata toda posible
energía y ganas de escapar.
Así que nos abrazamos a la tristeza
porque es lo único no gris, porque tiene un color, forma y textura distintivos
y agradables, porque se está bien ahí, podríamos dormirnos ahí mismo y da igual si no
volvemos a despertar.
Pero no da igual.
-¿Te habías olvidado de mí?
A través de la placentera neblina nos
llega una voz. "¿Te habías olvidado de mí?"
¿Lo habíamos hecho? La respuesta rápida
es que no. Recordamos esa voz y de dónde viene. Jamás podríamos haberle
olvidado. Y, sin embargo, olvidamos sus lecciones. Olvidamos todo lo que hizo
por nosotros, pero no queremos admitirlo.
-No te he olvidado.
-Entonces, ¿qué haces aquí? Me ha
costado alcanzarte.
-Te fuiste, ¿por qué te fuiste?
Es posible que alguna lágrima comience
a amenazar con abandonar nuestros ojos. Pero somos fuertes y no la dejaremos
escapar. No ahora. No antes de conseguir nuestras respuestas.
-No me fui. Nunca te he abandonado.
Siempre he estado cerca de ti. Observándote. Comprobando que todo iba como
debía ir. Pero ya no me necesitabas y dejaste de prestar atención.
-No, ¡te fuiste! ¡Tú
te olvidaste de mí!
No hay respuesta. No
hay voz, no se oye movimiento. Podemos volver a nuestro sueño, pero no podemos
dormir. No después de esas palabras. Rebotan por nuestro cerebro de un recuerdo
a otro y, de repente, ahí está. La imagen a la que nunca prestamos atención. Encima
de esa máquina de tabaco, en el respaldo de ese banco vacío, aprovechando esa
sombra para esconderse y que la gente con la que
estábamos pasando un buen rato no le vean.
Tenía razón, no se
fue. Nunca nos abandonó. Cumplió su cometido y rehicimos nuestra vida, dejamos
de verle porque no le necesitábamos para ser felices pero siempre estuvo ahí,
por si algo salía mal.
Nuestras barreras
han sido vencidas y las lágrimas van fluyendo, una tras otra, por nuestras
mejillas. Sin darnos cuenta cómo, de pronto nos rodean unos brazos
reconfortantes y no es la tristeza, ella no tiene brazos, pero conocemos esos
brazos.
-Llora cuanto
necesites. No pasa nada. Yo estoy aquí. Todo va a ir bien.
De nuevo vuelven
recuerdos. De cómo conocimos al ser al que pertenece esa voz. De que su tamaño
variaba según nuestras necesidades: Pequeño para ser un apoyo moral o grande
para abrazarnos como ahora hace. De cómo podíamos confiar en que nos haría reír incluso en nuestro día más negro. De que, ante todo, podíamos fiarnos de su
palabra; y si decía que todo iría bien, es que así sería.
Llegamos a una
conclusión y sonreímos:
TODO VA A IR BIEN.
un muy bonito relato y muy profundo.
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