Entre fantasías y realidades

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miércoles, 6 de marzo de 2019

Tocando fondo

SABES QUE HAS TOCADO FONDO CUANDO
REAPARECE ESE AMIGO IMAGINARIO ANTI-DEPRESIÓN.

      Tres años. TRES AÑOS. La paz había durado tres años. Tres preciosos años de relativa estabilidad y felicidad. 36 meses sin recaídas. 1096 días lejos del borde.
         Y de repente vuelta a empezar. Es increíble lo poco que hace falta para desestabilizar a una persona. Una mala mañana, una frase, una palabra y nos encontramos de nuevo ante el agujero negro que nos traga cual remolino para lanzarnos de cabeza a ese mundo gris dominado por nuestras pesadillas. Y, no contento con esto, nos arrebata toda posible energía y ganas de escapar.
         Así que nos abrazamos a la tristeza porque es lo único no gris, porque tiene un color, forma y textura distintivos y agradables, porque se está bien ahí, podríamos dormirnos ahí mismo y da igual si no volvemos a despertar.
         Pero no da igual.
         -¿Te habías olvidado de mí?
         A través de la placentera neblina nos llega una voz. "¿Te habías olvidado de mí?"
        ¿Lo habíamos hecho? La respuesta rápida es que no. Recordamos esa voz y de dónde viene. Jamás podríamos haberle olvidado. Y, sin embargo, olvidamos sus lecciones. Olvidamos todo lo que hizo por nosotros, pero no queremos admitirlo.
          -No te he olvidado.
          -Entonces, ¿qué haces aquí? Me ha costado alcanzarte.
          -Te fuiste, ¿por qué te fuiste?
       Es posible que alguna lágrima comience a amenazar con abandonar nuestros ojos. Pero somos fuertes y no la dejaremos escapar. No ahora. No antes de conseguir nuestras respuestas.
        -No me fui. Nunca te he abandonado. Siempre he estado cerca de ti. Observándote. Comprobando que todo iba como debía ir. Pero ya no me necesitabas y dejaste de prestar atención.
          -No, ¡te fuiste! ¡Tú te olvidaste de mí!
       No hay respuesta. No hay voz, no se oye movimiento. Podemos volver a nuestro sueño, pero no podemos dormir. No después de esas palabras. Rebotan por nuestro cerebro de un recuerdo a otro y, de repente, ahí está. La imagen a la que nunca prestamos atención. Encima de esa máquina de tabaco, en el respaldo de ese banco vacío, aprovechando esa sombra para esconderse y que la gente con la que estábamos pasando un buen rato no le vean.
      Tenía razón, no se fue. Nunca nos abandonó. Cumplió su cometido y rehicimos nuestra vida, dejamos de verle porque no le necesitábamos para ser felices pero siempre estuvo ahí, por si algo salía mal.
       Nuestras barreras han sido vencidas y las lágrimas van fluyendo, una tras otra, por nuestras mejillas. Sin darnos cuenta cómo, de pronto nos rodean unos brazos reconfortantes y no es la tristeza, ella no tiene brazos, pero conocemos esos brazos.
          -Llora cuanto necesites. No pasa nada. Yo estoy aquí. Todo va a ir bien.
         De nuevo vuelven recuerdos. De cómo conocimos al ser al que pertenece esa voz. De que su tamaño variaba según nuestras necesidades: Pequeño para ser un apoyo moral o grande para abrazarnos como ahora hace. De cómo podíamos confiar en que nos haría reír incluso en nuestro día más negro. De que, ante todo, podíamos fiarnos de su palabra; y si decía que todo iría bien, es que así sería.
         Llegamos a una conclusión y sonreímos:

TODO VA A IR BIEN.

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